Sobre Gaza ya no cabe el silencio
Quedarnos callados ante ese drama es una forma tácita de tolerar una tragedia de proporciones apocalípticas


A mediados de mayo, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) anunciaron una nueva fase en una guerra cuyo objetivo declarado —por ministros del Gobierno— es, con el pretexto de acabar con el repugnante grupo terrorista Hamás, liquidar de una vez por todas a los palestinos o expulsarlos de la tierra donde habían vivido generación tras generación. Inspirándose en un episodio del Libro de los Jueces, esta nueva fase ha sido bautizada como Operación Carros de Gedeón.
Érase una vez que el pueblo de Israel, asentado en un territorio en el que las tribus tenían la idolatría como religión, postergó el culto a su Dios y Yahvé, rencoroso e impetuoso, los castigó mandándoles tribus muy superiores militarmente, que estuvieron hostigándolos durante años. “Por su causa, los hijos de Israel se refugiaron en las cavernas que hay en los montes, en las cuevas y en los riscos”, dice el Antiguo Testamento. Al clamar perdón a Dios, un ángel apareció junto a una encina en Ofra. Esta antigua ciudad hoy da nombre a un asentamiento de colonos israelíes en Cisjordania, un asentamiento ilegal según el derecho internacional. El ángel interpeló a un joven de nombre Gedeón y le prometió el apoyo divino para acabar con sus poderosos enemigos. Gedeón cumplió con su parte al destruir al ídolo de la ciudad, y el ángel también dio pruebas de la confianza de Dios en el elegido. “¡Albricias!, Israel, ¡albricias! / que ya tu suerte es feliz; / cierta es tu victoria”, proclama el protagonista en el auto sacramental de Calderón de la Barca inspirado en ese episodio bíblico. Lucharían. Gedeón y los suyos atacaron de noche, provocaron el caos entre sus enemigos y sus soldados les asediaron hasta conseguir la huida y el desplazamiento de la población.
El Ejército israelí esperó a activar la Operación Carros de Gedeón a que el presidente de Estados Unidos, tras su rentable gira por las dictaduras del petróleo, abandonara la región. Ahora ya está en marcha. “¡Advertencia urgente! Para todos en esta área, ya sea en un refugio, una tienda de campaña o un edificio, están en una zona de combate peligrosa y el área no es segura. Evacúen inmediatamente hacia el sur”, atemorizaban los pasquines distribuidos por el Ejército israelí antes de empezar los nuevos ataques. Hubo bombardeos, casas de civiles fueron derruidas y los campos de refugiados cercados. El discurso oficial afirma que el objetivo es desmantelar la estructura de Hamás y consolidar “zonas de amortiguación” para evitar futuros ataques terroristas, pero a la vez las FDI han sido muy claras en el objetivo a medio plazo de la operación: este es territorio conquistado y no será devuelto. La hambruna infantil, retransmitida en directo, tiene como objetivo convertir definitivamente Gaza en un infierno invivible, acelerar el caos trágico y así intensificar el desplazamiento forzoso de la población civil. Forma parte de la estrategia criminal del Gobierno israelí. Porque “más importante que la liberación de los rehenes”, ha declarado ahora el ministro de Finanzas de extrema derecha, es la guerra en marcha.
Este drama humano, gestado durante lustros, ha aparecido ante nuestros ojos estos días en los rostros de centenares de niños famélicos. Su mirada cadavérica nos interpela y nuestro silencio es una forma tácita de tolerar una tragedia de proporciones apocalípticas. “Gritemos alto y claro contra el drama humanitario que ocurre en Gaza por la acción del Gobierno de Israel. No cabe el silencio usando el argumento de que el Gobierno de España lo utiliza como escudo para ocultar otros problemas”. Son palabras de este miércoles del presidente de la Conferencia Episcopal con un destinatario inequívoco: el líder de la oposición.
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