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Canadá contiene el aliento ante el anuncio de los aranceles de Trump: “Es un acto de guerra híbrida”

La ciudad de Windsor, el punto más caliente de la frontera con Estados Unidos, se prepara para el impacto de los gravámenes, que amenazan la pérdida de miles de empleos

Aranceles Estados Unidos
Iker Seisdedos

En las horas previas al llamado Día de la Liberación de Donald Trump, el grandilocuente nombre con el que el presidente estadounidense ha bautizado este miércoles, jornada en la que dará a conocer una nueva política de aranceles recíprocos con unos 200 socios comerciales, había más preguntas que respuestas en Windsor (Ontario), el punto más caliente de la frontera entre Canadá y Estados Unidos.

Mohammed, inmigrante sirio dueño del café Mosaic, quería saber, por ejemplo, cómo demonios logrará mantener abierto su negocio si los dulces que importa le costarán ahora, como se teme, “una cuarta parte más”. Un ingeniero que trabaja en el nuevo puente público que conectará la ciudad con Detroit y que no quiso dar su nombre sospechaba que detrás de todo esto “no hay sino la pulsión suicida de crear una recesión”, mientras Mark, propietario de la tienda de discos de referencia del centro trataba de imaginarse cómo sería su vida, y la de los melómanos de Ontario ―provincia en la que las plantas de acero y aluminio ya llevan tres semanas sufriendo aranceles del 25%― si el boicot a productos estadounidenses se extendiera al consumo de música pop.

Chad Lawton, empleado de una de las tres plantas de Ford en Windsor, se preguntaba en declaraciones a la CBC si ese lugar no estaría a punto de convertirse en una “ciudad fantasma”, dado que un vaticinio de la Asociación de Fabricantes de Piezas de Automoción aventura que unos 125.000 trabajadores del sector podrían perder su trabajo en las próximas semanas arrasados por la ola de aranceles, también del 25%, anunciados por Trump a los coches y los componentes de vehículos importados.

Nadie ―como dijo por la mañana el candidato conservador, Pierre Polievre, en un acto electoral por los comicios que celebra Canadá el próximo 28 de abril― se atrevía a poner la mano en el fuego sobre qué aranceles le tocarán al país, ni cómo se aplicarán o cuánto durarán. Tampoco cuándo entrarán en vigor exactamente. ¿A primera hora? ¿Esta noche? ¿Mañana?

Pero, sobre todo, la gran incógnita siguen siendo las consecuencias de la guerra comercial global que los gravámenes de Trump amenazan con desatar.

Patty, jubilada que ha vivido siempre en Windsor, contó el martes que ella y sus conocidos han cancelado sus visitas fugaces y vacaciones de primavera a Estados Unidos. Y que lo único que tiene claro es que todos ellos, añadió, estarán pendientes de la ceremonia con la que Trump dará detalles a las 16:00, hora de Washington (22.00 en horario peninsular español), desde la rosaleda de la Casa Blanca, sobre las conclusiones a las que ha llegado el secretario de Comercio, Steve Witkoff. Es el hombre al que el presidente ha encargado establecer los términos de la reciprocidad arancelaria, en teoría, país por país.

Así que a Canadá, como a decenas de otros socios comerciales, no le quedó otra que amanecer este miércoles conteniendo el aliento. En su caso particular, también inmersa en la nueva normalidad que han traído las amenazas de Trump de convertir el país en el Estado número 51. En esa nueva normalidad, las licorerías, que en Ontario controlan las autoridades provinciales, han retirado el vino de California y Oregón y el bourbon de Kentucky de la venta; en los supermercados, unas pegatinas con la bandera de la hoja de arce indican los puntos en los que los consumidores se pueden parar tranquilos a comprar guiados por el movimiento Made in Canada; y Paul Wells, tal vez el comentarista político más respetado del país, contestaba al teléfono al volante de su coche, que conducía desde Ottawa, la capital, a Montreal. Iba a recoger una guitarra de la marca Godin, enteramente fabricada en Quebec, que se había comprado.

“Medios no militares”

En esa nueva normalidad, las licorerías, que en Ontario controlan las autoridades provinciales, han retirado el vino de California y Oregón y el bourbon de Kentucky de la venta; en los supermercados, unas pegatinas con la bandera de la hoja de arce señalan los productos Made in Canada; y consumidores como Paul Wells, tal vez el comentarista político más respetado del país, se esfuerzan en buscar alternativas a los bienes estadounidenses. En su caso, Wells condujo este martes su coche entre Ottawa, la capital, donde vive, y Montreal para recoger una guitarra de la marca Godin, enteramente fabricada en Quebec, que se había comprado.

“Dado que Trump lleva semanas hablando de anexionarnos y describiéndonos en esencia como un país de pega que no merece existir, los canadienses perciben los aranceles como lo que un europeo del este llamaría un acto de guerra híbrida”, considera Wells en una entrevista telefónica. “Se trata de la persecución de fines militares por medios no militares, y eso no se les escapa a mis compatriotas, que están muy preocupados y, sinceramente, no pueden pensar en otras cuestiones políticas”, añade el experto sobre unas elecciones convocadas por el nuevo primer ministro, Mark Carney, y en cuya campaña costará hablar de otra cosa que no sea Trump.

Brian Masse, miembro del Parlamento federal desde 2002 en representación del izquierdista Nuevo Partido Democrático por el distrito de Windsor Occidental, reconoció el martes en una entrevista en el cuartel general de su candidatura, con la que persigue su novena reelección, que, cuando toca las puertas de sus electores para hablar con ellos, las preocupaciones más repetidas son los aranceles, y “la pérdida significativa de empleos que es seguro que estos traerán”. También el “previsible endurecimiento del paso por la frontera” para miles de sus vecinos, “médicos, abogados o enfermeras”, que “suplen cada día una carestía de empleos cualificados en Míchigan”. “Tal vez Trump no lo sepa, o prefiera no saberlo, pero necesita a esos trabajadores”, advierte Masse.

Precisamente por esa omnipresencia del inquilino de la Casa Blanca, era tentador pensar que la enorme bandera canadiense que se yergue al final de la avenida Ouellette, con Detroit, al otro lado del río, de fondo, ondeaba esplendorosamente en la tarde del martes gracias a los vientos nacionalistas que Trump ha resucitado de un sueño de décadas. Mientras tanto, los tráileres cargados de coches zumbaban a toda pastilla por el puente Ambassador, el de mayor tráfico entre ambos países, antes de que fuera demasiado tarde.

Productos señalados como canadienses en un supermercado de  Ottawa, este miércoles.

El miércoles, en cambio, amaneció lluvioso, lo que no impidió que los del sindicato Unifor 195, el más grande del sector privado del país, hicieran turnos en mitad de la tormenta desde primera hora, como venían haciendo desde el lunes, para impedir que una maquinaria saliera de la planta de herramientas Titan Tool and Die, rumbo a un cliente de Míchigan, a tiempo de sortear los gravámenes. Era su modesta forma de protesta por los esfuerzos del vecino de romper una relación comercial longeva y fructífera con el fin, según el presidente estadounidense, de equilibrar una balanza comercial desfavorable.

En 2024, Canadá exportó a su principal socio comercial bienes por importe de 412.696 millones de dólares (unos 380.000 millones de euros), e importó mercancías por valor de 349.360 millones de dólares. De modo que el déficit comercial se situó en 63.336 millones, un 1,5% menos que el año anterior, según el Departamento de Comercio estadounidense. Pese a esas cifras, Trump insiste ―en una frase que ha convertido en un soniquete― en que Estados Unidos “gasta 200.000 millones al año en subvencionar a Canadá”.

Además de ese número engañoso, Trump ha usado como excusa el tráfico de fentanilo para sus represalias contra México y el vecino del norte, países con el que Estados Unidos comparte un tratado de libre comercio (el TMEC) que firmó el propio Trump y que ya ha roto de facto. Fue ese motivo el que adujo para la primera andanada de aranceles del 25% con la que amenazó a principios de febrero a ambos Gobiernos. Después retrasó su entrada en vigor un mes, y luego, otro, hasta este 2 de abril.

A Masse, el miembro del parlamento de Ottawa, ese casus belli le parece ridículo. No solo porque en 2024 las incautaciones del poderoso opiáceo en la linde con Canadá ascendieran solo a 19 kilos de fentanilo, frente a la tonelada aprehendida en la frontera sur. También porque, desde que Trump agitó ese fantasma y los funcionarios de inmigración de ambos lados endurecieran sus protocolos, las interceptaciones de la droga letal han caído un 48%, según las autoridades de Washington. Las de huevos, recuerda Masse con una sonrisa irónica, se han disparado (hasta un 158%) como consecuencia de su escasez por la crisis de la gripe aviar en Estados Unidos.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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