Hombres en tiempos de oscuridad: tres crisis para una misma generación
Trump ha autoinducido un parón y va a pasar de una crisis comercial a una crisis política

A mediados de los años sesenta Hannah Arendt, que ya estaba exiliada en Estados Unidos, publicó una selección de personajes y estudió cómo les habían afectado los tiempos de oscuridad, de desorden: el mundo de la primera mitad del siglo XX, con sus catástrofes políticas, sus desastres en el terreno moral, pero también su asombroso desarrollo de las artes y las letras (equivalente, podríamos decir, a la revolución tecnológica de hoy). Arendt llegaba a la conclusión de que los tiempos de oscuridad no solo no son nuevos, sino que no son en absoluto una rareza en la historia.
Es evidente de Donald Trump no figuraría en una edición actualizada del libro de Arendt, pero resulta curioso especular sobre qué pensaría la autora del concepto de “banalidad del mal” de ese personaje que ha llegado a la Casa Blanca decidido a atacar a todo y a todos al mismo tiempo, menos a sus amigos económicos o ideológicos. El presidente americano aparece por ahora como el exitoso practicante de una política ejercida en nombre propio y de los privilegiados americanos frente al resto de la población, con una brutalidad retórica que le está granjeando un desprecio y una condena muy amplia en el resto del mundo.
Hay una generación de ciudadanos que en menos de dos décadas ha tenido que convivir con tres grandes crisis: la Gran Recesión de 2008, cuyo canal de contagio fue inicialmente el financiero; la de la covid, en 2020, y la de los aranceles, hoy, cuyo canal de contagio, en ambos casos, ha sido el comercial en un mundo muy globalizado en ese capítulo. Durante esta segunda y tercera crisis, al frente de la gran superpotencia mundial se ha encontrado Trump, en dos istraciones distintas. Ambas crisis han tenido en principio el mismo perfil político: en la de la covid se “paró” la economía durante un trimestre por una decisión política cuyo objetivo era reducir los efectos de la pandemia en términos de sufrimiento y evitar miles y miles de muertos. Objetivo noble. La batalla comercial que ahora ha comenzado también está deteniendo la marcha de la economía, pero con fines más espurios: hacer a EE UU grande de nuevo, aplicando al resto del mundo políticas de perjuicio al vecino, que ya fueron ensayadas en el pasado con evidentes nefastos resultados.
Trump, Vance y sus ideólogos de la Fundación Heritage han concebido estas tensiones en tres fases: en la primera, han tratado de deshacerse del legado de Biden, que en términos macroeconómicos dejó a la economía americana con pleno empleo, crecimiento y habiendo domeñado los peores momentos inflacionistas; en la segunda fase se desarrolla a la vista de todos una brutal crisis económica-comercial en la que, en el intelectualizado relato de Trump, los países que piden negociar los aranceles le están “besando el culo”. La intervención pública de su istración ha autoinducido los problemas actuales en busca de promesas de futuro. La tercera fase, la más peligrosa, aún no ha dado el salto: es la sustitución de una crisis económica por una crisis política. ¿Habrá que reabrir los libros de historia de la primera parte del siglo XX, como hizo Arendt con los Hombres en tiempos de oscuridad (Gedisa), para procurar no repetir experiencias de entonces y quedarnos con el triunfo de las promesas rotas?
En 2007, poco antes de la quiebra de Lehman Brothers, Alan Greenspan, aquel presidente de la Reserva Federal al que los economistas calificaban como “maestro” y que no hizo más que equivocarse, declaró: tenemos la enorme suerte de que, gracias a la globalización, las decisiones políticas en Estados Unidos han sido reemplazadas en gran medida por el mercado. Y remató: “Poco importa quien vaya a ser el próximo presidente, pues el mundo se rige por las fuerzas del mercado”.
Greenspan también erró en esto. No es lo mismo Trump que Obama o Biden. En los tiempos oscuros de hoy coinciden Trump y Putin al frente de sus naciones y en busca de hegemonías e imperios perdidos. Y China se incorpora a esa batalla. Los tres buscan convertir el poder en gobierno.
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