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Columna
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Y dale con el antisemitismo para legitimar la atrocidad

Se me saltan las lágrimas cuando veo imágenes de multitudes bombardeadas, famélicas, sedientas, desesperadas

Niños heridos y llevados a un complejo hospitalario el pasado 21 de mayo tras un ataque israelí en Gaza.
Carlos Boyero

Dicen los psicólogos, y probablemente su ciencia tiene razón, que en las depresiones crónicas, en estado de desolación íntima, el estado emocional y los gestos se congelan, ya no existe ni el desahogo del llanto. Yo debo atravesar, a pesar de todas las evidencias de la realidad mental, un periodo muy atípico porque se me saltan las lágrimas cuando veo imágenes (qué raro que consientan su exhibición los grandes poderes) de multitudes bombardeadas, famélicas, sedientas, desesperadas. Pero la humedad en los ojos me la provocan sobre todo los bebés y los niños.

Qué motivo tan facilón y sensiblero, opinarán los cínicos. Y sus verdugos aseguran que si esos críos crecieran serían de Hamás, aquellos salvajes que exterminaron a 1.200 judíos mientras estos se congregaban para una fiesta. La respuesta es cargarse sin el menor problema de conciencia a una comunidad de dos millones de personas, con el consentimiento del resto del universo. Y la devastación será para todos ellos.

Pero como soy tan sensiblero, el llanto me lo provocan ante todo los niños, los inocentes. Qué terror ver sus deformadas caritas, envueltos en ropajes que no llegan ni a ser de saldo, la expresión aterrorizada de sus ojos, el grito y el llanto de sus madres y padres ante su desamparo. Y ahí está con gesto impasible esa mala bestia llamada Netanyahu, elegido democráticamente por su país, respaldado por la mayoría de sus habitantes.

Y a los ciudadanos del universo que se escandalizan ante esta salvajada les llaman antisemitas, militantes de una tóxica incitación contra el pueblo judío. Putin podría calificar de antirrusos a los que protestan por su invasión de Ucrania. Y el Tercer Reich no dudaría en calificar como antigermánicos a los que se enfrentaban a su siniestro imperio. Creo haber leído al irable Steiner que la ancestral dedicación de su pueblo ha sido la cultura y la economía. De lo segundo no entiendo, aunque me suene a algo tan pragmático como sórdido. Pero amo la cultura, es lo mejor que le ha ocurrido a la humanidad. Y resulta que la abrumadora identidad de la gente que me ha enamorado en la literatura, el cine, la música y el pensamiento son judíos. Aseguran que en la ciencia también han sido y son los mejores. No puede ser casual. Es genético. ¿Qué pensaría esa raza genial de lo que está ocurriendo en Gaza? Han sido creadores de luz y ahora sus descendientes están perpetrando las tinieblas e intentando justificarlas.

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Carlos Boyero
Crítico de cine y columnista en EL PAÍS.
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