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Columna
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Cosas de la naturaleza. Pero nadie sabe ni contesta

Solo reina la tecnología. Y si esta se pone enfermita, la humanidad no va a saber qué hacer con su existencia

Un supermercado de Barcelona durante el apagón del lunes 28 de abril.
Carlos Boyero

La cita se repite mucho, pero permanece incontestable. Lo afirmaba el irable Dickens en el arranque de Historia de dos ciudades: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. La era de la luz y de las tinieblas. La primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. La época de las creencias y de la incredulidad. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada”. La gente que vivió las dos guerras mundiales solo conoció un horror inimaginable. El sentido común trataba de aplicar la lógica al creer que aquella barbarie incalculable no volvería a repetirse. Pero los augurios niegan aquella seguridad humanística. Y luego ocurren desastres que denominan como naturales, que los que dirigen el mundo, en muchos casos porque el personal les ha votado, no son capaces de ofrecer ninguna explicación ni remedio sobre el origen de los depredadores. Nunca sabremos dónde y por qué nació la universal pandemia, pero alguien tiene que saberlo para intentar frenar su repetición. Y hay un fulano que disponía del máximo poder cuando aquel infierno de lluvia y barro asoló Valencia, señor del que no se supo nada cuando empezó la ruina. Pero ahí sigue el tal Mazón, símbolo de la mediocridad satisfecha, la cobardía, el embrutecimiento, el lado tenebroso de la política.

Sospecho que tampoco vamos a saber nada de la oscuridad que paralizó hace algunos días la existencia de la gente, creó incertidumbre y terror, la intuición razonada de que solo existirían las tinieblas si el monstruo decidía asentarse durante una temporada. Pero alguien tenía la responsabilidad de conocer el origen del desastre. El presidente del Gobierno y la jefa de Red Eléctrica habían negado que esto pudiera ocurrir. Y ahora, si lo saben, no contestan. A ellos, como al resto de la humanidad, aunque las ideologías constituyan un disfraz apropiado, solo nos preocupa eso tan terrenal del “¿Qué hay de lo mío?“, aunque nos pasemos la existencia compadeciendo hipócritamente la ruina ajena.

En todas las cadenas de televisión repiten con gesto escandalizado y teatral sucesos relacionados con la sangre. Se supone que para el público regala un colocón que en la calle y en las casas proliferen los descuartizamientos, los navajazos, los tiros, los incendios provocados, el mal, la violencia extrema, la locura. El miedo debe de funcionar muy bien para los índices de audiencia y las estrategias publicitarias y provocan asco no solo los asesinos. Seguiremos bailando mientras dure la fiesta, afirmaba una canción añeja. Pero la fiesta parece tambalearse. Solo reina la tecnología. Y si esta se pone enfermita, la humanidad no va a saber qué hacer con su existencia. Nadie está preparado para sobrevivir en medio de la negrura. Ni los animales de las cuevas.

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Carlos Boyero
Crítico de cine y columnista en EL PAÍS.
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