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Más allá del Brexit: qué ha cambiado entre el Reino Unido y la UE tras la cumbre de Londres

La vida diaria de los ciudadanos no se verá alterada a corto y medio plazo por los acuerdos alcanzados

Brexit Londres
Rafa de Miguel

Cuando los británicos se despertaron el pasado martes, la pesadilla del Brexit seguía allí. El acuerdo firmado en la cumbre bilateral entre el Reino Unido y la Unión Europea, celebrada con pompa y boato 24 horas antes en el palacete londinense de Lancaster House, no supone ningún cambio a medio o largo plazo en la vida diaria de los ciudadanos. Y, sin embargo, tanto Keir Starmer como Ursula von Der Leyen proclamaron que lo ocurrido era un “reinicio”, “un nuevo capítulo”, “un acontecimiento histórico” que comenzaba a dejar atrás los amargos años del divorcio entre Bruselas y Londres.

“Después de las turbulencias de la última década, la cumbre supone un salto hacia adelante en las relaciones entre el Reino Unido y la UE. El Gobierno ha mantenido un compromiso incesante con el libre comercio internacional, y esto aporta un impulso de confianza a las empresas, junto a los recientes acuerdos alcanzados con la India y Estados Unidos”, celebró Rain Newton-Smith, director ejecutivo de la principal confederación empresarial británica, CBI.

Es la más clara expresión de que la cumbre puede contemplarse tanto como un vaso medio lleno o como uno medio vacío. Porque ninguno de los grandes asuntos abordados en la reunión ha sido completamente acordado. En algunos casos, deberá abrirse un nuevo proceso de negociaciones técnicas tan complejo y tedioso como el que encauzó el Brexit. En otros, la ambigüedad del lenguaje utilizado -como en el caso de la movilidad juvenil- invita a pensar que el compromiso tiene más de patada hacia adelante que de voluntad de expandir la relación.

Estos son los principales asuntos impulsados en la cumbre:

Seguridad y Cooperación

Era el acuerdo más fácil de alcanzar. La realidad geopolítica actual, con las enormes dosis de incertidumbre que ha supuesto la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, y la presión constante de la guerra de Ucrania, ha acercado a la fuerza al Reino Unido y a la UE. El pacto firmado se limita a institucionalizar esta cooperación, con reuniones y diálogo permanentes para coordinar el apoyo a Kiev, la respuesta ante amenazas híbridas, la movilidad de material y personal o la defensa de infraestructuras críticas.

El punto del acuerdo más ambicionado por el Gobierno de Starmer era el de la industria británica al fondo europeo de 150.000 millones de euros para el rearme, el SAFE. Aunque la cumbre de Londres ha dado luz verde a esta posibilidad, queda aún por delante una ardua negociación, y esa participación deberá contar con el permiso de socios comunitarios que, hoy por hoy, no están del todo convencidos.

Pesca

Ha sido la gran cesión del Gobierno británico, sin la cual, el resto de asuntos habrían quedado en dique seco. Cuando Boris Johnson cerró con la UE el Acuerdo de Cooperación y Comercio que evitó la posibilidad de un Brexit duro, se negoció un periodo de ajuste, hasta junio de 2026, que garantizaba a las flotas pesqueras del Reino Unido y la UE mutuo a sus aguas. Era un pacto que beneficiaba sobre todo a la industria comunitaria. El 70% del pescado y marisco capturado en la costa británica tiene como destino el continente.

Starmer ha itido que se prorrogue esa situación por 12 años más, aunque en un principio ofreció solo cuatro. La derecha euroescéptica del Reino Unido y los tabloides se agarraron a esta concesión para resucitar el debate del Brexit y sus “traiciones”.

“El debate doméstico del Reino Unido sigue ofreciendo muestras de inmadurez. La obsesión de los medios con esa visión estrecha de ganadores y perdedores, y su falta de atención respecto a los beneficios potenciales de una mayor cooperación en defensa, comercio o seguridad, demuestran que sigue viva esa imagen política de las relaciones entre el Reino Unido y la UE como la ‘guerra del Brexit’, y no como el reto ante posibles políticas públicas”, han denunciado Anand Menon y Jannike Wachowiak, director e investigadora principal, respectivamente, del centro de pensamiento UK in a Changing Europe.

Controles sanitarios aduaneros

Aunque se trate de la parte más técnica de todos los acuerdos de la cumbre de Londres, quizá sea la más simbólica de un principio de rendición por parte de Londres. El Gobierno de Starmer se ha encargado de señalar, para vender el acuerdo a su opinión pública, que en el periodo más intenso del Brexit (2018-2024) las exportaciones al continente se han reducido un 21%. Muchas empresas han disminuido su actividad o incluso han cerrado.

Con lo acordado, que todavía deberá atravesar una negociación final con Bruselas, se reducen o desaparecen controles y certificados sanitarios y fitosanitarios a productos de origen agrícola o ganadero, que suponían un exceso de burocracia, papeleo y coste, sobre todo para las empresas británicas que enviaban su mercancía al continente o a Irlanda del Norte.

A cambio, el Gobierno laborista ite lo que durante años fue tabú para los euroescépticos de la derecha: un “alineamiento dinámico” de la normativa británica con la de la UE, y la aceptación del Tribunal de Justicia Europeo como árbitro último. Starmer sabe que los ciudadanos están hartos de batallas ideológicas, y aceptarán el “pragmatismo sin escrúpulos” del acuerdo.

“La apuesta [del Gobierno] consiste en creer que la mayoría de los ciudadanos ya no quiere hablar del Brexit, pero está abierta a deshacer sus elementos más molestos si a cambio se obtienen beneficios concretos”, señala Jill Rutter, exdirectora del Programa de la UE del centro Institute for Government.

Alianza energética

El Reino Unido vio las orejas al lobo con el apagón de España y Portugal. El acuerdo abre las puertas a la integración de la isla británica en el sistema eléctrico del continente. Junto a esa posible incorporación, las partes se comprometen a estudiar el ingreso de Londres en el esquema de intercambio comercial de emisiones de carbono, para poder rebajar el alto coste que supone al Gobierno de Starmer este compromiso contra el cambio climático.

Movilidad Juvenil

Uno de los puntos del acuerdo que más expectativa había generado es probablemente el que más se ha desinflado. Con cifras desatadas de inmigración, y la derecha populista de Nigel Farage pisándole los talones, Starmer no quería ni oír hablar de un asunto que sonara a resucitar la libertad de movimiento de la UE a la que el Reino Unido renunció con el Brexit. El llamado “Esquema de Movilidad Juvenil”, impulsado sobre todo por países como Alemania, ha pasado a llamarse “Esquema de Experiencia Juvenil”. El Gobierno británico insiste en que las cifras y el tiempo de estancia de los menores de 30 años que quieran viajar, trabajar o estudiar a ambos lados del canal de la Mancha serán limitados, y se exigirá visado.

La única sorpresa en este planteamiento tan poco ambicioso del Gobierno de Starmer es que ha accedido a incorporar de nuevo a las universidades del Reino Unido en el popular programa Erasmus de intercambio de estudiantes.

Pasaportes, mascotas y artistas

Fuera de los grandes bloques de negociación, hay una serie de avances muy concretos salidos de la cumbre, pero ni siquiera estos han sido acordados definitivamente.

Los turistas británicos que viajan al continente podrán usar las mismas máquinas electrónicas de control de pasaportes que hoy utilizan los ciudadanos comunitarios, en los aeropuertos que las tengan. Las mascotas tendrán su propio pasaporte, para reducir el costoso certificado sanitario requerido hasta la fecha o la cuarentena. Y Londres y Bruselas se comprometen a negociar la libre circulación por la UE de los artistas británicos -músicos, especialmente- que hoy se ven obligados a negociar visados por cada país incluido en su gira.

Quizá la batalla más llamativa de todas las negociadas, porque la abanderó en todo momento Elton John.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.
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