Las cartas que desvelan la personalidad desbordante del neurocientífico Oliver Sacks
El autor de ‘Despertares’ fue, además de un gran científico y divulgador, un escritor compulsivo. ‘Cartas’, editado por Anagrama, recoge su correspondencia desde 1960 hasta dos semanas antes de su muerte, en 2015. ‘Ideas’ adelanta cuatro epístolas

Oliver Sacks (Londres, 1933-Nueva York, 2015) escribió cartas a lo largo de toda su vida. Quien fuera su editora y amiga durante años, ha recopilado buena parte de su correspondencia en Cartas, de editorial Anagrama. Sacks guardaba con frecuencia una fotocopia o un borrador de sus respuestas. La lectura de sus cartas ayuda a conocer al neurocientífico, un autor tierno, con rasgos egocéntricos, perspicaz y generoso.
Carta del 17 de mayo de 1969. Sacks tiene 35 años
[Oliver Sacks le cuenta a sus padres cómo evolucionan los supervivientes de una pandemia de encefalitis letárgica que está tratando en el hospital Beth Abraham, de Nueva York. Esta experiencia, que le marcó, la acabaría reflejando en Despertares (1973), su segundo libro publicado, el que lo dio a conocer].
A Elsie y Samuel Sacks. Escribe desde Nueva York.
Queridos mamá y papá:
[...] Ahora tengo quince pacientes que toman DOPA, y estoy asombrado y gratificado por la capacidad que tiene el medicamento (en muchos casos, aunque no en todos) para reanimar a pacientes que habían estado prácticamente petrificados durante años: literalmente (como el doctor Manette después de sus dieciocho años en la Bastilla) “han vuelto a la vida”. Esto, por supuesto, conduce a su vez a un estado de cosas muy complejo: no se puede devolver el potencial de movimiento e independencia a alguien que ha estado desamparado y dependiente durante décadas sin crear una situación de lo más compleja y sin precedentes para esa persona y para todos los que se relacionan con ella; este aspecto, entre otros, me fascina.
Mi horario y mi salario han aumentado a tres cuartos de jornada en el Beth Abraham, lo que significa que ahora tengo para cubrir todos mis gastos: sería deseable más, pero no es necesario por el momento. De hecho, llevo quince días trabajando como un loco, quedándome en el hospital hasta las nueve o las diez de la noche. Las horas de trabajo habituales están llenas de alboroto e histeria, y por las noches puedo trabajar tranquilo y solo. (…)
De lo demás, tengo muy poco que contar, porque, de hecho, últimamente he tenido muy poca vida fuera del hospital. [...]
Espero que todos estéis bien.
Besos
Carta de abril 1971. Tiene 37 años
[Oliver Sacks se dirige a una psiquiatra que hace una reseña de su primer libro, Migraña, publicado en 1970. En 1973 publicaría Despertares]
A Rita Henryk-Gutt. Escribe desde Londres.
Estimada doctora Henryk-Gutt:
Recientemente ha reseñado usted mi libro Migraña en Nature y en el British Journal of Hospital Medicine. [...]
No hace falta que le diga que sus críticas me han parecido preocupantes e irritantes. Le agradezco que me atribuya una “lectura considerable” en filosofía, biología, historia de la medicina y psicología, y que ita que he tenido una “amplia experiencia” en el trabajo de campo. Pero parece dar a entender que he utilizado mis conocimientos como arma, como medio para desalentar la investigación. Y debe estar muy convencida de ello, o no habría escrito dos críticas hostiles.
Y sin embargo, quizá tenga razón en parte. Un eminente neurólogo me dijo recientemente: “Su libro es fascinante y está muy bien escrito, pero es irrelevante”. Me quedé algo sorprendido y le pregunté qué quería decir. Me contestó: “No tiene sentido hablar con los pacientes, preguntarles por sus síntomas, cuándo tienen ataques, etcétera. Lo único que importa es encontrar el camino común que recorren todas las migrañas en el cerebro y bloquearlo. Y ya está”. Fue en parte como reacción a este tipo de perspectiva deshumanizadora que puse tanto énfasis en la persona migrañosa, y sus síntomas, sufrimientos, sentimientos, etc. y tan poco en su química. [...] Creo que también ha sido injusta al concentrar su atención en el capítulo que más le ha ofendido, y no darme el debido reconocimiento por las primeras partes del libro. Debería itir, aunque solo fuera de pasada, que he ofrecido una descripción muy cuidadosa y detallada de la fenomenología de la migraña, y que eso tiene un valor real. (…)
Así que, lo lamento si mi libro le ha dado la impresión de que pretendía menospreciar la neuroquímica, etc. Por supuesto que no. Sé perfectamente que un acontecimiento como la migraña debe ir asociado a profundos cambios neurofisiológicos y neuroquímicos. Si abogué por un enfoque más amplio de la investigación sobre la migraña, fue para decir que no deben ignorarse sus importantísimos aspectos biológicos. De hecho, el título original del libro era “La biología de la migraña”, ¡y quizá debería haber evitado la peligrosa neuroquímica! Es ciertamente impropio de un biólogo o de un clínico subestimar la profunda importancia de los procesos fisicoquímicos; pero es igualmente impropio de un neuroquímico, por ejemplo, subestimar los procesos biológicos.
Espero que no se tome a mal esta carta y que sea justa conmigo (y con mi libro).
Saludos cordiales,
Atentamente,
Oliver Sacks

Carta del 26 de agosto de 1989. Tiene 56 años
[Sacks escribe al director de cine Peter Weir, que se planteó dirigir Despertares, aunque finalmente lo rechazó. Sacks y Weir intimaron]
A Peter Weir. Escribe desde City Island (en la ciudad de Nueva York).
Querido Peter:
Me ha encantado recibir tu carta; debería haber retrasado la mía, porque vi El club de los poetas muertos casi inmediatamente después de escribirte y me pareció magnífica, sin duda una de tus mejores películas (aunque son tan diferentes que no se puede utilizar ningún tipo de escala; son todas muy personales y están muy logradas). No pude evitar preguntarme si había elementos autobiográficos, transformados, en su creación; ciertamente, para mí, la fuerza de la película reside, en parte, en que evoca intensas reminiscencias personales; pero, como sabes, aquí ha despertado un interés asombrosamente universal.
(En mi ignorancia) no había visto, de hecho, a Robin Williams hasta esta película, y desde entonces lo he visto en Good Morning, Vietnam, etc. Me alegro mucho de haberlo visto primero en tu película. Me pareció que había hecho una interpretación magnífica – la interpretación y la encarnación del maestro de escuela– y que habías extraído de él una actuación maravillosa y “honesta”; mientras que en Vietnam tuve la sensación de que se interpretaba a sí mismo, de que hacía una exhibición increíble y virtuosa de su descomunal e insólito talento, pero no me pareció que “actuara”. Así que El club de los poetas muertos me tranquilizó mucho.
Ahora que le he conocido, me ha parecido (no solo espontáneo y divertido de manera coruscante y casi touréttica, sino también) cálido y empático. Me conmovió sobremanera la paciencia y la ternura que mostró cuando le llevé a conocer y escuchar a dos de mis pacientes postencefalíticos de edad avanzada. Me siento más feliz (¡aunque feliz no sea la palabra!) sobre la cuestión del “yo real” y el ficticio. El guión ha mejorado mucho, aunque la cuestión general de la “realidad” y la “ficción” sigue preocupándome, en particular la del “yo” real y el ficticio.
Pero al menos puedo estar seguro de que Robin infundirá toda su inteligencia y calidez y humor y personalidad en el papel, y le dará vida, le dará realidad (no necesariamente la “mía”), si hay alguien capaz de hacerlo. (Cuando fuimos, con Robert De Niro y Penny, etc., a visitar un psiquiátrico en el Bronx, Robin explotó de repente, en el coche de vuelta, con la más increíble y fantasmagórica repetición de toda la escena, adoptando diferentes voces, diferentes personajes, con una rapidez caleidoscópica; fue un logro asombroso, incluso neurológicamente asombroso y explosivo. No sé si llamarlo “inspiración” o “Tourette”, pero lo cierto es que mostraba un inconsciente cómico, fantasmagórico, explosivo y asombroso, que se ve en el genio y también [a veces] en el Tourette.)
Robert De Niro parece, al principio, el polo opuesto: tímido hasta un grado casi patológico (me di cuenta, ya que a veces yo también tengo esa timidez congelada y quiero derretirme contra la pared más cercana), pero cada vez que nos hemos visto el trato se ha vuelto más fácil y afectuoso. Mañana viajo a Londres, donde me reuniré con él y le mostraré el último grupo de postencefalíticos (solo 9 de los 20.000 que ingresaron en el Hospital Highlands en 1920). Desde luego, si alguien puede estudiarlos, encarnarlos, convertirse en uno de ellos, es él, aunque también existe el peligro de la literalidad clínica y la necesidad de algo que también es dramáticamente poderoso: el arte. Tengo muchas dudas y curiosidad por saber cómo se puede conseguir algo así (si es que se puede). Intentaré mostrar a Penny y a los actores las realidades clínicas (del paciente, del médico, del hospital, etc.) y, después, creo que me desentenderé y observaré desde la barrera, ya que el cine es un misterio tan profundo para mí como escribir libros para ellos, y totalmente distinto del trabajo de creación “literaria” (¿o no? Tal vez no lo sea; puedo imaginarte haciendo ambas cosas con la misma facilidad y fuerza).
Tengo muchas ganas de que vuelvas a Nueva York, ¡y de cenas tailandesas bajo la lluvia!
Afectuosamente,
Oliver
P. D.: Te devuelvo tu Sartre, con mi agradecimiento

Carta del 15 de febrero de 2015. Tiene 81 años
[El escritor le escribe una carta a su buen amigo, el psicólogo Jeremy Bruner, contándole su diagnóstico médico]
A Jeremy Bruner. Escribe desde la ciudad de Nueva York.
Querido Jerry:
Fue inspirador verte en tan buena forma y ánimo en tu 99 cumpleaños, y en el tranquilo almuerzo (solo tú, Kate y yo) un par de semanas después. Y me sentí profundamente agradecido por tu dedicatoria (2014) en mi ejemplar (1983) de tu autobiografía En busca de la mente.
Pero ahora tengo una triste noticia. Cuando os conté, a principios de 2006, que había desarrollado un cáncer (melanoma) en el ojo, dijisteis “¡Mierda!”, que era exactamente lo que yo pensaba. Estas cosas rara vez causan metástasis, y tuve nueve años buenos y productivos –viendo a mis amigos, viajando, escribiendo– pero ahora (“¡¡¡Mierda!!!” redoblado) la cosa ha hecho metástasis en mi hígado. No es demasiado tratable, y me veo obligado a pensar en la vida –y en la muerte– de una forma nueva.
Soy especialmente sensible a todas las cosas buenas y generosas de mi vida, sobre todo a tu maravillosa crítica de Con una sola pierna cuando se publicó en Estados Unidos en 1984. Me había deprimido una crítica (desagradable) publicada en Inglaterra, y tu reseña transformó por completo mi estado de ánimo, mi imagen de mí mismo, y me estimuló a escribir casi una docena de nuevos ensayos en poco tiempo, ensayos que se convirtieron en la base de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Me sacaste del abismo, y desde entonces has sido un gran amigo (e implícitamente, un mentor). [...]
Solo me queda la esperanza de poder conservar esta misma buena energía el tiempo que me queda: disfrutar de la vida, ver a mis amigos y (por supuesto) escribir hasta el final.
Un fuerte abrazo, y gracias querido Jerry,
Oliver
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