Un placer para el paladar y la vista: Iolanda Bustos, la chef de las flores, elige sus variedades preferidas
Su delicadeza silvestre aporta notas herbáceas, ácidas, picantes o dulces que enriquecen ensaladas, cebiches, arroces y postres, pero también jarabes y cócteles


Centaurea azul (‘Centaurea cyanus’)
Pétalos celestes como acuarelas silvestres. Aroma suave, casi ausente, pero su textura ligera viste platos con delicadeza. Comestible cruda, sabor neutro, ideal en ensaladas o postres. Curiosa por su capacidad de conservar el color incluso seca. Belleza azul para recetas elegantes.

Caléndula (‘Calendula officinalis’)
Sol en flor, de pétalos amarillos y anaranjados, sabor entre especiado y resinoso. Se usa cruda en ensaladas o infusiones, y cocida en mantequillas o risottos. Su textura es sedosa. Se la llama “el azafrán del pobre”. Ilumina la cocina con la energía y alegría del sol.

Flor de saúco (‘Sambucus nigra’)
Racimos etéreos de flores blancas, que huelen a miel, a levadura fresca y primavera. Fragancia dulce, sabor floral con un toque de moscatel. Se comen crudas, dispersas en platos salados y dulces. Cocinadas en almíbares, vinagres o tempura. También fermentan fácilmente en bebidas y son famosas por su jarabe y el espumoso natural de saúco.

Capuchina (‘Tropaeolum majus’)
Flor traviesa de colores vivos. Aroma verde, sabor picante como rúcula o berro. Textura jugosa y crujiente. Cruda es perfecta en ensaladas, canapés, rellena o como pesto. Sus hojas también son comestibles. Sus semillas verdes se preparan como alcaparras. Una explosión de alegría floral en el jardín y en la cocina.

Begonia (‘Begonia semperflorens’)
Brilla con colores vivos y un sabor ácido que sorprende. Refrescante y crujiente como manzana silvestre. Cruda es una joya en cebiches, con ostras o cócteles. Cocinada pierde su encanto. Además, sus tallos son comestibles también. Flor alegre que despierta el paladar.

Tulbaghia (‘Tulbaghia violacea’)
Pequeña estrella lila con perfume a ajo silvestre. Sabor intenso, recuerda al cebollino. Cruda o salteada, con huevos, realza carnes, salsas y vinagretas. Textura crocante. Florece casi todo el año. Flor valiente que, con su presencia, convierte cualquier plato en un jardín con carácter.

Tagete (‘Tagetes patula’)
Pequeña y radiante, de tonos cálidos y aroma a cítricos y menta. Su sabor es intenso, especiado y ligeramente amargo. Cruda realza ensaladas, cocida da carácter a arroces y pastas. Usada en rituales, es símbolo del amanecer. Una flor de jardín y cocina con alma de guerrera.

Rosa
Reina aromática y seductora. Pétalos suaves, sabor dulce con fondo especiado, depende de la variedad y el color. Cruda en pestos y vinagretas, azucarada en postres o destilada en aguas y jarabes. Cocida mantiene su esencia en escabeches, frituras o mermeladas. Es un símbolo de amor y de la cocina ancestral. Una flor que besa el alma.

Anchusa (‘Anchusa azurea’)
Azul como el cielo claro. Tapiza claros de bosque y campos asilvestrados. Sin aroma, pero su textura firme y sabor ligeramente herbal recuerdan al pepino. Cruda en ensaladas o como toque decorativo. No se cocina. Una curiosidad: atrae abejas y miradas. Una joya azul para bocados poéticos y sensibles.

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