
Siete veces en las que la industria del tabaco nos engañó para no dejar de fumar
Se infiltró en la salud pública, calculó la dosis adictiva de nicotina... Así ha conseguido crecer un tétrico negocio

Volutas de humo que se van, como el tiempo que se escurre entre los dedos; y la ceniza que queda, imagen ignominiosa de la decadencia. La literatura ha encontrado en el tabaco y el vicio de fumar todo un catálogo de metáforas para hablar de la muerte, el paso del tiempo o lo oscuro. Y sin embargo ni la bibliografía más tétrica ha logrado una capacidad de influencia mínimamente comparable a la de las estrategias de la industria del tabaco, "uno de los grandes negocios del siglo XX y del siglo XXI", como remarca Miguel Ángel Martínez-González, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública, en su libro Salud a ciencia cierta.
Cajetillas pintadas de seducción, determinación, independencia, libertad, aventura, y rellenas de enfermedades y, sobre todo, la dosis exacta de esclavitud física, psicológica, emocional y económica que permite mantener la lucrativa rueda. Investigaciones a lo largo del tiempo han destapado las tácticas más maquiavélicas de las tabacaleras, con las que han logrado someter a los fumadores y continuar generando nuevos adictos.Los resultados, aparte de los estrictamente económicos, son alarmantes: "100 millones de personas han muerto por culpa de los cigarrillos a lo largo del siglo XXI; en España se calculan 150 muertes al día", enumera Martínez-Gónzález. Es más, "el cáncer de pulmón apenas existiría si no fuera por el tabaco".

A principios de los 90, "los fabricantes de tabaco introdujeron topos en las agencias de salud pública para que difundieran el mensaje de que había que evitar que los niños niños fumaran". Lo cuenta Stanton Glantz, profesor de Medicina de la Universidad de California en San Francisco, y uno de los grandes investigadores acerca de los destructores efectos del tabaco en la salud, en una investigación que publicó en el American Journal of Public Health. Se trataba del programa de prevención del tabaquismo en la población juvenil y lo que parecía un noble ejercicio de Responsabilidad Social Corporativa era el mensaje con el que se ponía en marcha un maquiavélico plan que Martínez-González resume en su libro. "En realidad el mensaje subliminal era: '¿Quieres dejar de ser un niño? Fuma". Esa estrategia fue intencionada —cuenta el autor— como demostró Glantz, "que basó sus investigaciones en documentos internos de la industria tabacalera".

Cuando los efectos adversos del tabaco eran ya imposibles de negar, el emporio tabaquero se propuso lanzar unos "cigarrillos más saludables", con menos alquitrán y nicotina. La salud pública verdaderamente creyó que estos safer cigarettes iban a lograr reducir el daño, un espejismo que hoy "se critica como un motivo históricamente importante para explicar el fracaso en la lucha contra el tabaco". Solo cuando se adoptó una estretagia más atrevida y radical de riesgo cero, explica Martínez-González, "y se acometieron acciones ambientales y estructurales (espacios libres de humo), sin limitarse a la reducción de daños en el fumador, se empezaron a contabilizar logros importantes".

El sector tabaquero, con experimentos propios y estudios avanzados, ocupaba la delantera en conocimientos científicos sobre el tabaco, incluso por delante del sector sanitario. Uno de los datos que han conocido durante años, y que decidieron aplicar a aquellos cigarrillos "más saludables", es que "si se reducía la dosis de nicotina, la gente no se iba a enganchar". Esas versiones light —con menos nicotina y alquitrán— contenían la dosis necesaria de nicotina para conservar e incluso aumentar 'el mercado'. Según explica Martínez-González, "ya habían calculado en cuánto tenían que reducir los niveles para que en cada cigarrillo hubiera menos cantidad de tóxicos, pero con la dosis exacta para empujar a los fumadores a encender más cigarrillos, es decir, a consumir más unidades".

A veces, cuenta el autor, se ha comparado la lucha de la salud pública contra el tabaco con la peregrinación de 40 años de los hebreos por el desierto del Sinaí. Nunca gana la batalla porque se libra contra un elemento muy itido en la sociedad. "Había un amplio repertorio publicitario a favor del tabaco, que incluía anuncios en prensa escrita, vallas publicitarias, películas y documentales, museos, actos deportivos e incluso actividades de voluntariado que indirectamente promovían marcas de cigarrillos". Paul Newman fumando (en la imagen junto a Geraldine Page) no es nada. Lo peor, remarca el autor de Salud a ciencia cierta, es que en los anuncios aparecían hasta "médicos y otros profesionales sanitarios promocionando esos cigarrillos".

"La industria sabía, incluso antes que los científicos, que el tabaco provocaba cáncer y lo ocultó", cuenta Martínez-González. No fue hasta 1999 cuando Philip Morris se desmarcó del resto y se convirtió en la primera tabacalera que reconocía esta relación. Cuando en 1964 se publicó el Informe del Surgeon General, que marcó un hito en Estados Unidos porque vinculaba el tabaco con la mala salud, "las clases sociales con alto nivel educativo se empezaron a dar cuenta del timo de fumar". Entonces, la industria se dirigió a las clases bajas, de modo que sus ventas siguieron creciendo. Se centraron después en las mujeres, el mundo en desarrollo... "La explosión de ventas en China fue impresionante".