Rem Koolhaas: “La comodidad está sobrevalorada”


No es el más popular, pero sin duda es el más influyente. Si hay alguien a quien los arquitectos del mundo escuchan, ese es Rem Koolhaas (Róterdam, 1944). Sus colegas analizan con lupa cada una de las nuevas propuestas del autor de la sede de la televisión china en Pekín, la Casa da Música en Oporto o la Biblioteca de Seattle. Innovador, precursor y gran observador, en sus libros ha anticipado las cuestiones que definen hoy la ciudad. Él asegura que esa visión le viene de haber crecido en Indonesia: sabe mirar sin prejuicios. Sus imaginativos edificios alimentan ejércitos de epígonos. Hay expectación ante su propuesta para ampliar el Prado, y el Festival de Cine de Venecia mostró la película Rem, firmada por su hijo Tomas. A un tipo con su potencia es fácil criticarlo por una cosa y su contraria. Esa amplitud da una idea del personaje, un creador mitificado hasta el ridículo.
El arquitecto de cabecera de Prada llega a su minúscula oficina de Ámsterdam (una habitación de unos 20 metros con el cartel de OMA –Office for Metropolitan Architecture– en la puerta) con una bolsa de plástico blanca y sin desayunar procedente de su casa, a unos números más arriba en la misma calle del ensanche burgués de la ciudad, con menos bicicletas y más cafés.
¿Por qué ha vuelto a vivir en Ámsterdam? Porque hace seis años me divorcié y estoy con una mujer que no quiere separarse de este lugar [la diseñadora textil Petra Blaisse]. Soy un arquitecto de Róterdam. Nací allí y mi estudio [la sede central, con 250 de los 400 empleados de la firma] está allí, pero crecí en Ámsterdam e Indonesia y luego viví en Londres, una ciudad dedicada al dinero que consume tu energía. Frente a eso, Holanda es un sitio supercómodo. Aquí, entre varias ciudades se ha levantado una metrópolis sin los problemas de las ciudades.
¿Todavía pasa más noches en hoteles que en su casa? Ya no. Eso cambió hace 10 años, cuando el estudio se convirtió en una sociedad. Ahora solo me desplazo adonde están los proyectos de los que soy directamente responsable. Un gran viaje al mes.
¿Echa de menos la vida itinerante? La belleza del viaje está en el descubrimiento, en la falta de familiaridad con lo que ves y con las situaciones a las que te enfrentas. La semana pasada estuve en Taipéi y en Doha. Esos dos lugares no miran al mundo desde el mismo punto de vista. Eso te descoloca y a la vez te orienta. Sigo viajando, pero no con la desesperación económica con que lo hacía.
¿Viajaba por necesidad? Los arquitectos estamos mal relacionados con el mundo. Conseguimos trabajo participando en concursos que te pueden arruinar. Y los concursos exigen entender los lugares.
Ha defendido que el exceso de comodidad entumece. Su arquitectura experimental y osada, ¿podría existir en un contexto de escasez? Vivimos en una sociedad de libre mercado y mucha arquitectura responde solo a eso. La gran mayoría de nuestros proyectos obedecen a lo mismo que mis escritos: se centran en lo que cambia más que en lo que permanece. Paradójicamente, he diseñado siempre para clientes a la antigua, encargos estatales que aíslan los edificios de las presiones de la economía de mercado.
¿No es posible hacer una arquitectura con valor cultural trabajando para el mercado? Lo público es anónimo, menos centrado en una personalidad.
¿Qué es radical hoy en arquitectura? No somos tan banales como para considerar radical todo lo que hacemos. Nuestro mejor trabajo es imaginativo, se centra en posibilidades inesperadas y en no desperdiciar nada material o conceptual.
“tenemos una reputación enfermiza. Nunca he conocido a un arquitecto estrella. Este es un tipo de trabajo extenuante”.
La mayoría de los arquitectos radicales terminan reciclándose como profesores o como diseñadores. Usted ha conseguido vivir reinventándose en lugar de hacerlo perpetuando una fórmula. ¿Qué busca? Puede que sea simple curiosidad. Soy ciudadano antes que arquitecto. Me obsesiona la capacidad del mundo para fomentar y absorber el cambio. No creo que se puedan tener creencias fijas, inquebrantables. La vida se encarga de cuestionarlas.
¿Cree que la mayoría de los arquitectos no son primero ciudadanos? Tenemos una reputación enfermiza. Las supuestas estrellas se ponen por delante de cualquier otro objetivo, pero la mayoría son ciudadanos antes que arquitectos. Nunca he conocido a un arquitecto estrella. Este es un trabajo extenuante.
La autocrítica no es habitual en su profesión, pero usted rehízo una de sus obras maestras, la casa Lemoine en Burdeos, cuando murió su dueño –un magnate de la prensa tetrapléjico– y su viuda se lo pidió. No es autocrítica. Cualquiera de mis colegas hubiera hecho lo mismo.
¿Deshacer una obra maestra? Adaptar un edificio. Aplicar un cambio de prioridades, ayudar a una familia a vivir mejor en una casa ideada para una situación excepcional.
En España, algunos arquitectos se han negado a alterar sus edificios para mejorar el funcionamiento de la ciudad. La historia está llena de transformaciones. La curiosidad, y puede que la ingenuidad, de pensar que la arquitectura no es una imposición sino una solución lleva a necesitar el cambio.
En Houselife, que filmaron Ila Bêka y la propia hija de Lemoine sobre su casa en Burdeos, Guadalupe, la asistenta española, explicaba sus dificultades para limpiarla. ¿Vio la película? Sí.
¿Se rio? Claro.
¿Le hizo cuestionarse su trabajo? Bueno…, añade interpretaciones.
Usted es poco menos que un gurú de la arquitectura actual. Es difícil encontrar a alguien con vocación de vanguardia que cuestione lo que hace. ¿Se ha sentido acríticamente aceptado? Un arquitecto nunca puede considerarse de ese modo porque en cada proyecto luchamos de la manera menos glamurosa en muchos frentes: desde el coste hasta el control de obra. Construir es una ducha fría que vacuna ante cualquier vanidad. El mundo de las ideas puede dar esa impresión, pero el mundo real es esfuerzo y un gurú es una fantasía. Las palabras “guía” y “gurú” no me hacen sentir bien. Es otra de las razones por las que estoy en Holanda: aquí no hay. Uno puede dedicarse a lo que de verdad importa; en nuestro caso, encontrar nuevas respuestas.
Sí ha sido criticado por la falta de correspondencia entre lo que escribe y lo que construye. La respuesta es muy simple: la escritura es privada. Soy el único responsable. La arquitectura es un trabajo en equipo.
Si es al 100% su escritura, ¿qué porcentaje de la arquitectura es usted? Dependiendo del proyecto, entre el 70% y el 10% puede ser mío.
Pero el documental Rem, que filmó su hijo Tomas, lo muestra como lo contrario, como un arquitecto frente al mundo. De acuerdo. No soy responsable de lo que haga mi hijo. La película intenta demostrar cómo funcionan los edificios.
¿Por qué aceptó, tras dos años, esta entrevista? Compito en la próxima ampliación del Museo del Prado.
Uno pensaría que alguien como usted no necesita presentarse a concursos. Sería una asunción errónea. Vivimos de participar en concursos. En muchos competimos con gente que ha trabajado antes para nosotros. De modo que eso también libera de la idea de verse como gurú.
La transformación del antiguo Museo del Ejército en el nuevo Salón de Reinos es casi un concurso de interiorismo. ¿Por qué le interesa? El Prado es uno de los mejores museos del mundo.
"En cada proyecto luchamos de la manera menos glamurosa en muchos frentes: desde el coste hasta el control de obra".
Fue ampliado por Rafael Moneo, que ahora presidirá el jurado. ¿Cree que va a buscar contraste o continuidad con su trabajo? No tengo ni idea, pero considero que Moneo es una persona inteligente.
Habla de su voluntad de entender el mundo por encima de hacer carrera. ¿Alguien con ese anhelo es necesariamente un solitario? No lo soy para nada.
Los medios lo dibujan así. No podría trabajar sin colaborar. Tengo ocho o diez amigos íntimos de distintas nacionalidades. Hombres y mujeres cruciales para mi vida cotidiana y para mi trabajo.
¿Lo que vive y lo que hace es inseparable? No. He defendido siempre la necesidad de tener una vida privada. Pero mis mejores amigos operan en ambas esferas, la pública y la privada.
¿Ha conseguido tener vida privada? Sí.
¿Siempre? ¿Incluso cuando escribía que dormía más noches en hoteles que en casa? Sí.
¿Por qué es tan importante nadar para usted? Es algo físico. Moverse es fundamental.
¿Que necesita nadar para pensar es un mito sobre usted? Pues sí. No sabría decir cuándo pienso.
Otro mito: ¿tiene usted una lista de exigencias que, como las estrellas del rock, envía cuando le piden una conferencia">
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