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La violación como arma de guerra

Las guerrillas de la RDC han usado el cuerpo de las mujeres para destruir la sociedad

Pablo Linde
Caddy Adzuba, en un vídeo de la artista Ouka Leele.

Una familia está cenando en su casa. Irrumpe un grupo de hombres armados, viola a la mujer en presencia de su marido y sus cinco hijos, le introducen armas y objetos cortantes en la vagina, obligan a los menores a tener relaciones sexuales con ella y descuartizan al padre delante de todos cuando intenta evitarlo. La escena es real, un ejemplo que se ha repetido miles de veces en la República Democrática del Congo (RDC) en una guerra atroz donde el cuerpo de la mujer es el campo de batalla.

El relato anterior lo cuenta la periodista Caddy Adzuba en un vídeo de la artista Ouka Leele. Y no acaba ahí. La mujer y los niños fueron trasladados al bosque, donde permanecieron semanas. Ella, tras días sin verlos, preguntó por sus hijos. Los soldados le lanzaron una bolsa con cinco cráneos a modo de respuesta. “¿Por qué?”. Es lo que se preguntó esta víctima y también el título de la obra de Leele (PourQuoi?), que pretende concienciar de las atrocidades que se han sucedido en el este del país desde hace dos décadas a cuenta de la explotación de los minerales.

En la RDC hay quien dice que cuando Dios estaba haciendo el mundo dejó esta zona para el final y lo sembró de todo lo que le sobraba: oro, diamantes, madera, petróleo y el apreciado coltán, indispensable para toda la tecnología que usamos (móviles, ordenadores, tabletas). Es la explicación que daba la abuela de Papy Sylvain Nsala para argumentar la enorme riqueza natural del país, tal y como cuenta este sociólogo congoleño. El pasado martes compartió mesa con Leele en una charla sobre el conflicto de la RDC en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde ha estado expuesta la obra de la artista hasta hace unos días.

¿Por qué? Se cuestiona Leele. ¿Por qué? Le preguntaba la mujer a los soldados. La explicación es tan bárbara como el resto de la historia: “Has estado comiendo carne todo este tiempo, no pensarías que íbamos a cazar para ti”. Cuando pidió que la matasen para acabar con el sufrimiento se negaron. “Sería demasiado fácil para ella”, reflexiona Adzuba.

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