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Las mil caras de Willem Dafoe: la estrella de Hollywood se sumerge en el teatro experimental en Venecia

El actor estrena espectáculo y convoca a destacadas figuras de vanguardia en su primera edición como director de la sección escénica de la Bienal

Willem Dafoe posa en Venecia el pasado marzo, durante los preparativos de su primera edición como director de la Bienal de Teatro.
Raquel Vidales

Hay un Willem Dafoe para cada espectador. Para la mayoría es el actor que ha protagonizado taquillazos como Platoon, Arde Mississipi o La última tentación de Cristo. Hay quien lo identifica con el supervillano Norman Osborn en la saga Spider-Man. Otros lo relacionan con el cine de autor de David Lynch, Lars von Trier, Sean Baker o Yorgos Lanthimos. Algunos incluso se habrán cruzado con su avatar en el videojuego Beyond: dos almas. Pero no tantos saben que fue cofundador de una de las compañías más influyentes del teatro experimental estadounidense, The Wooster Group, nacida en la efervescente escena neoyorquina de los setenta y todavía activa. Además ha trabajado con directores tan destacados como Romeo Castellucci o Bob Wilson. En España se le vio en 2012 en una impactante producción operística en el Teatro Real, Vida y muerte de Marina Abramovic, creada por Wilson y Abramovic, con música de Antony y William Basinski.

Pero las mil caras del camaleónico actor estadounidense todavía reservan sorpresas. A sus 69 años, Dafoe ha sido nombrado director artístico de la sección teatral de la Bienal de Venecia, una de las grandes citas de la escena europea de vanguardia, que estos días celebra la primera edición diseñada por el actor. A lo que hay que añadir la expectación que ha causado su participación como intérprete en uno de los espectáculos del festival, No Title. An Experiment (Sin título. Un experimento), estrenado el viernes. Dafoe es una presencia familiar en Italia desde que se mudó a Roma hace dos décadas tras su boda con la actriz y directora Giada Colagrande, pero no es común ver a una estrella de cine tan carismática actuando en un montaje que ya desde el propio “no título” advierte de su alejamiento de los patrones comerciales. En la distancia corta es tan magnético como en pantalla: en un segundo puede pasar de la expresión más dura a regalarte una sonrisa cargada de afecto.

Willen Dafoe y Simonetta Solder, en un momento de 'No Title. An Experiment'.

La obra que ha presentado en Venecia es una carta de amor a la experimentación teatral como motor de innovación artística, más allá de que no congregue a masas de espectadores como las películas de Hollywood. “En Nueva York, en los años 60 y 70, gran parte de la innovación provenía de personas no profesionales y comunidades marginadas. Desde entonces, aquellos grupos han sido absorbidos por la corriente principal. Del mismo modo, la vanguardia reconoció al teatro como una forma de arte total. La performance, las artes visuales, la arquitectura, el cine, las nuevas tecnologías, la música y la danza se unían para crear obras que no necesariamente se basaban en la literatura o la narrativa. El teatro fue redefinido”, explica Dafoe en una entrevista previa al estreno, al que asistió EL PAÍS por invitación de la Bienal.

No title. Un experiment parte de un encuentro de Dafoe con Richard Foreman, exponente de la dramaturgia experimental estadounidense, poco antes de su muerte el pasado enero. Foreman le enseñó un mazo de fichas donde había anotado frases sueltas y le pidió que las leyeran al azar. Al terminar barajaron el mazo y volvieron a empezar. En eso consiste la obra. Dafoe y la actriz Simonetta Solder replican esa charla fortuita tres veces (dos en inglés y una en italiano) en un cuadrilátero delimitado por cuerdas como un ring de boxeo. Llamativamente, el suelo está lleno de cristales rotos: “Actúa como si el escenario estuviera cubierto de cristales rotos”, le decía Foreman a Dafoe. Hay reflexiones filosóficas, expresiones comunes, aforismos, sentencias poéticas, algunos disparates y hasta gruñidos. A veces parecen retazos de conversaciones cazados a vuelo: abre la ventana, sigue el camino, cruza los dedos, un día más es un día menos, por qué no ahora, acuérdate de llamar, quiéreme, ayer es mañana. Pero por momentos las fichas encajan tan bien que se diría que están dialogando de verdad.

Vista general de 'No Title. An Experiment'.

¿Es este el teatro que más ama Dafoe? Responde: “No necesariamente. También me gustan las performances muy compuestas, coreografiadas y diseñadas. El teatro, por su propia naturaleza, es impredecible e irrepetible incluso cuando es técnicamente muy preciso. Esta obra es un homenaje a Foreman y un experimento muy específico sobre la naturaleza del lenguaje, su capacidad de construir mundos y percepciones a través de las palabras”.

La Bienal de Dafoe está impregnada de esa manera de entender el teatro. La programación traza una panorámica de la vanguardia desde los maestros renovadores de los setenta hasta los grandes nombres de la escena actual. Empezando por su antigua compañía, The Wooster Group, que inauguró el festival el 31 de mayo con la recuperación de uno de sus montajes más celebrados, Sinfonía de las ratas, obra también de Foreman. El espectáculo, estrenado en 1988, es una buena muestra del estilo del grupo, que empezó a usar en escena vídeos y todo tipo de tecnologías cuando muy pocos lo hacían. “Recuerdo que en una función nos lanzaron cosas y gritaron: ‘¡Vuelvan a Disneylandia!”, señala Dafoe. No solo eso, sino que el tema parece visionario: un presidente estadounidense ficticio empieza a hacer locuras tras sufrir una crisis mental que le lleva a creer que recibe mensajes del espacio exterior.

Dafoe ha convocado también a otros popes de aquella generación teatral, muchos de los cuales confluyeron en la histórica Bienal de 1975, dirigida por el añorado Luca Ronconi. Entre ellos figura Eugenio Barba, al frente del legendario Odin Teatret en Dinamarca, que presentó el miércoles su último trabajo. O Thomas Richards, discípulo directo del mítico Grotowski, que clausurará el festival el próximo domingo. Sus propuestas no resultan ya tan innovadoras, pero sus fundamentos resuenan en muchas creaciones actuales. “Crearon nuevos enfoques, métodos, lenguajes que nos ayudan a liberarnos hoy. Es importante entender los orígenes de esas influencias. De lo contrario, esos refinamientos del nuevo lenguaje teatral pueden corromperse fácilmente”, advierte.

Pero no todo puede ser pasado en un festival que siempre ha impulsado la vanguardia. Además de un buen puñado de artistas emergentes, Dafoe ha programado a tres puntales del teatro europeo contemporáneo: el alemán Thomas Ostermeier, el suizo Milo Rau y el italiano Romeo Castellucci.

Imagen de 'I mangiatori di patate', obra de Romeo Castellucci estrenada en la Bienal de Venecia.

La propuesta más turbadora es sin duda la de Castellucci, titulada I mangiatori di patate (Los comedores de patatas), como el tenebroso cuadro de Van Gogh que inspira su estética. Se trata de una obra concebida específicamente para el Lazzaretto Vecchio, la isla desierta de la laguna de Venecia en la que se confinaba a los enfermos de peste entre los siglos XV y XVII, donde los arqueólogos han exhumado en los últimos años 1.500 esqueletos de los miles que se calcula que siguen enterrados. El público es citado en un muelle para llegar a la isla en un barco especial bajo el luminoso cielo veneciano, lo que acentúa el contraste con la densa oscuridad de los corredores fortificados que cercan el enclave. En esos espacios llenos de memoria, donde retumba el hambre, el frío y la muerte, Castellucci dispara su poderosa metralla escénica: cuerpos que se retuercen envueltos en bolsas de cadáveres, un viento negro y furioso cargado de aullidos, zumbidos roncos, una estatua alada, una mujer cubierta de polvo blanco. Las emociones se agolpan en la travesía de regreso. Pero la silueta de Venecia al fondo recuerda que la belleza también es posible.

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Sobre la firma

Raquel Vidales
Jefa de sección de Cultura de EL PAÍS. Redactora especializada en artes escénicas y crítica de teatro, empezó a trabajar en este periódico en 2007 y pasó por varias secciones del diario hasta incorporarse al área de Cultura. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.
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