Los rescates de huevos que pueden salvar al animal más amenazado de la Patagonia
La organización Aves Argentinas logró criar en cautiverio y liberar a su hábitat a tres pichones de macá tobiano, endémicos de la zona y en peligro crítico

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Tras varias horas en camioneta por la maltrecha pista que recorre la Meseta del Asador (Santa Cruz, Argentina), y seis kilómetros cargando a hombros un barco hinchable y una incubadora, el equipo de cinco personas alcanza la orilla de la laguna. Por fin, Gabriela Gabarain y Patrick Buchanan, veterinaria y coordinador de la logística del Programa Patagonia de la ONG Aves Argentinas, respectivamente, pueden entrar en la laguna y acercarse al valioso objetivo de esta expedición: tres huevos de macá tobiano.
Hay que recolectarlos cuanto antes. Esta ave no anida en otro lugar del mundo fuera de estos remotos altiplanos, en números extremadamente escasos, y cada huevo significa, para la especie, una oportunidad para sobrevivir. Según el último censo, solo quedan 743 individuos adultos, pero los eventos de reproducción son muy poco frecuentes. En los últimos años, ha habido varios en los cuales ninguna pareja ha conseguido reproducirse con éxito, algo muy preocupante para el futuro de una de las aves más amenazadas del planeta. Hasta que este año, la organización Aves Argentinas ha logrado, por primera vez, criar en cautiverio y liberar a su hábitat a tres pichones de macá tobiano (Podiceps gallardoi), endémicos de la zona y en peligro crítico.

Si bien en el imaginario colectivo los animales más emblemáticos de Patagonia son ballenas, pingüinos y pumas, quizá la especie que más merecería este reconocimiento es el macá tobiano. Esta ave acuática es muy llamativa por su elegante librea, en la cual destacan los ojos rojos, y también por sus vocalizaciones y el comportamiento nada huidizo hacia el hombre. Su espectacular y compleja parada nupcial recuerda a un tango.
El hecho de que fuera descubierta solo en 1974 dice mucho sobre lo remoto que es su hábitat, las mesetas volcánicas de la provincia de Santa Cruz, quizá el área más inhóspita de la Patagonia argentina. Pese a su reducida área de distribución, durante años se consideró que la especie estaba libre de riesgo. Sus lugares de anidación son tan difíciles de alcanzar para los humanos como para sus potenciales amenazas, como la contaminación y alteración del hábitat. Pero, desde el principio del nuevo milenio, empezó a notarse un cambio, al punto que nuevos censos llevados a cabo por Aves Argentinas revelaron que la población había disminuido alrededor de un 80%.

¿Las razones? Principalmente, especies invasoras como el visón americano, que puede eliminar por entero una colonia en una sola visita, o las truchas, introducidas con fines de pesca deportiva, que alteran las condiciones ecológicas de las lagunas más grandes donde los macaes anidaban y se alimentaban, obligándolos a frecuentar lagunas más pequeñas y vulnerables.
Según el biólogo Ignacio ‘Kini’ Roesler, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet – Fundación Bariloche) y coordinador del programa de conservación de la especie, estas amenazas no serían tan problemáticas si no fuera por el cambio climático, su principal enemigo para la supervivencia. “La alteración de los patrones de precipitación en esta región hace que, en algunos años, las lagunas más aptas se sequen por completo, y en otros haya tanta agua que la vinagrilla, la planta flotante sobre la cual los macaes construyen sus nidos, no alcance la superficie en el momento oportuno”, explica.
“E, incluso, en los años en que algunos macaes consiguen construir sus colonias sobre la vegetación flotante, rachas extremas de viento —de más de 100 kilómetros por hora, que antes no eran tan frecuentes— pueden anular todos sus esfuerzos”, añade el biólogo. Si bien las amenazas debidas a las especies invasoras, y a la gaviota cocinera (una especie nativa en gran expansión, facilitada por el hombre), están ahora bajo control gracias a la labor de los biólogos del Programa Patagonia, no se puede hacer mucho para frenar los efectos extremos del cambio climático, salvo intentar maximizar el éxito reproductor de los macaes.
Los primeros intentos exitosos de cría en cautiverio
Desde hace 10 años, Gabriela Gabarain trata de criar en cautiverio los huevos de macá que los ejemplares adultos abandonan en el nido después del nacimiento del primer pollo, o los huevos a riesgo de perderse por la vulnerabilidad de los nidos a las rachas de viento. Después de varios intentos fracasados, pero muy valiosos para afinar la técnica, por fin en 2025 el equipo ha conseguido que los tres pollos, o pichones, como se les llama aquí, sobrevivieran, hasta estar listos para unirse a los otros macaes en el estuario del Río Santa Cruz, donde la especie se concentra durante el invierno austral.
“El secreto ha sido criar los pichones de una manera lo más cercana posible a las condiciones experimentadas en naturaleza, por ejemplo, dejándolos moverse en el medio acuático ya a los pocos minutos después de la eclosión del huevo, facilitando así la activación de su sistema digestivo”, comenta la veterinaria Gabarain. “Ha sido un largo proceso de aprendizaje, ya que no había otras experiencias parecidas en el mundo de las cuales captar conocimiento”, añade.

Los pichones se quedaron en la Estación Biológica Juan Mazar Barnett durante dos meses y medio, primero en bateas en interior y, cumplido el mes, en piletas en exterior, alimentados también con crustáceos anfípodos vivos, para que aprendieran a cazar sus presas buceando. El 4 de mayo 2025, los macaes fueron transportados en vehículo hasta la costa atlántica, donde fueron liberados, a la mañana siguiente, en las mismas aguas ya alcanzadas por los otros individuos que han migrado por su cuenta. Ahora solo queda esperar que sobrevivan al invierno y que la próxima primavera austral repitan el mismo viaje que hicieron en coche a la inversa, esta vez volando. Y ojalá que encuentren lagunas con amplias manchas de vinagrilla donde situar sus nidos.
Allí los esperarán los ´guardianes de colonia´ del Programa Patagonia, biólogos y voluntarios que cuidan y estudian los macaes acampando durante semanas en estas mesetas barridas por el viento.

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